¿Cuándo apareció el concepto de Infinito? by Pol Ruiz de Gauna

Photo by KML on Pexels.com

Es ya notorio y reiterado el desacierto manualístico de pretender que ἄπειρον (ápeiron) sea traducible en lengua moderna por algo así como «infinito»; desacierto porque solo «nosotros», en cuanto hablantes de lenguas modernas, estamos en condiciones de emplear el término «infinito» para significar aquello que significa lo que significa precisamente en la medida en que se contrapone al significado del término sin prefijo «in-»; lo mismo dicho de otro modo: «finito» quiere decir no otra cosa que negación de «infinito»; «finito» significa porque se lo piensa como «negación» o «restricción» o «acotamiento»…; ¿de qué? De cierto presupuesto –(lo) infinito– estrictamente impensable en lengua antigua. En breve: porque la rigurosa pensabilidad de «infinito» es de iure moderna, el ἄπειρον de Anaximandro no es traducible como con indisimulada negligencia proponen no pocos manuales circulantes por aulas, bibliotecas y librerías. 

Veámoslo someramente. «Omnis determinatio est negatio», dijo Spinoza, y lo dijo porque podía decirlo, esto es: porque, aun escribiendo en latín, escribía en moderno. En efecto, toda determinación (a saber: de-limitación, de-finición, etc.) consiste para nosotros en negar lo infinito, que no es sino aquello presupuesto en la posibilidad misma de establecer marcas, cortes, puntos; hay entes porque de su posibilidad depende el que pueda encontrárselos o hacérselos aparecer donde de suyo no los hay. Matemáticamente, todo segmento es finitud, negación o delimitación advenida sobre la infinitud de la línea recta, de suerte que tan posibles son en principio unas determinadas marcas como cualesquiera otras. Digamos, pues, que el desafío moderno estriba en la dificultad de dar con aquello en lo que consiste la validez del límite en un horizonte en el que ya no impera sino la pura y simple ilimitación, en el que solo lo infinito es sustancia y las cosas quedan, por tanto, reducidas a los distintos modos de los distintos atributos de la única sustancia que hay. Muy otro es, en cambio, el caso de Anaximandro; el suyo es un mundo de cualidades (cuatro serían, según él, las primarias), frente a la palmaria descualificación e in-mundicia del mundo de Spinoza. El término ἄπειρον significa ausencia de límite, pero en un sentido que nada tiene que ver con el moderno; para Anaximandro, lo i-limitado no es «el Ente» en el que son todos los entes, sino aquello no-óntico en virtud de lo cual cada ente es cada ente, la distancia por mor de la cual «esto» se erige en «esto», cualitativa e irreductiblemente distinto de «aquello». Τὸ ἄπειρον es lo que luego se llamará τὸ ὄν, el ser. Notemos que, según lo dicho, lo de-limitado es el ente, cada ente; aquello en lo cual se produce toda de-limitación es, en cambio, τὸ ἄπειρον; se trata, pues, de lo i-limitado, pero solo en el sentido de que constituye la abertura de la presencia (pensemos, por ejemplo, en la aλήθεια parmenídea y, salvando cuantas distancias se juzgue oportuno poner por medio, en la Lichtung heideggeriana). El ser no es, por tanto, ente; el ser es la distancia siempre oculta en la posibilidad de que haya entes, esencialmente distintos unos de otros. El camino que conduce a la tematización de «ser» es el camino que conduce a la filosofía; cuando se lo intenta tematizar (de tal tarea se ocupan singularmente Platón y Aristóteles), la consecuencia inmediata de ello es que el ser revienta, salta por los aires, se pierde. Por eso la historia de la «filosofía moderna» arranca del acontecimiento mismo de la pérdida. 

4 comentarios

Replica a Ana de Lacalle Cancelar la respuesta