
Nuestro uno y diverso español
Cuando el juez le preguntó al acusado con qué
derecho había utilizado nombres falsos, contestó:
“Con el derecho que todo ser humano tiene sobre las letras del alfabeto”.
LO UNO Y LO DIVERSO, LA RIQUEZA DEL IDIOMA ESPAÑOL, una reciente publicacióndel Instituto Cervantes con la que han colaborado escritores hispanohablantes de distintas nacionalidades, presenta con maravilloso detalle diferencias lingüísticas entre hablantes del español en España y en distintos países latinoamericanos. Su lectura me conduce a dos observaciones. La primera es una interrogante basada en planteamientos propuestos por las disciplinas de filosofía y psicología del lenguaje para explicar la relación entre lenguaje y pensamiento. Cabe preguntar cómo opera esta relación en los hablantes del español al tomar en cuenta la gran diversidad de la lengua española. Regresaré a esta pregunta más adelante. Mi segunda observación es de carácter práctico y hasta diría emotivo. La diversidad de la lengua española es enriquecedora, aunque, en ciertas circunstancias, podría asestar un golpe lingüístico. Esto queda de manifiesto en el siguiente relato biográfico (la negrita indica palabras que, para el personaje, Estela, eran, o bien nuevas en su léxico, o conocidas, pero con una semántica diferente). Mis dos observaciones están vinculadas la una a la otra de manera inevitable, como ya veremos al final.
Más de lo Diverso que de lo Uno
Comencé a escribir en este diario recién regalado el día que aterricé en compañía de mi madre, a inicios de los años sesenta, en el aeropuerto Maiquetía de Venezuela (Maiquetía, palabra de origen arawaco, fue fundada por los españoles en 1670 en la zona Maeketi liderada por el cacique Maiquetía, según leí en una placa en la terminal de pasajeros). Llegábamos procedentes de Galicia, la tierra de mi madre, aunque también había vivido un tiempo en Canarias, de donde mi padre era oriundo. Dos cosas recuerdo vívidamente de mi llegada: el dulzor del aroma de fruta madura y el de la melodía del hablar venezolano. Camino a recoger el equipaje, oímos el nombre de mi madre volando por encima de nuestras cabezas. Buscábamos el dueño de aquella voz cuando alguien se presentó a nuestro lado. “Soy Tomás, empleado aquí en el aeropuerto y amigo de su esposo. El me pidió que las ayudara a recoger el equipaje y que las acompañara hasta la salida”, bajó la voz al añadir, “no le pedirán que abra las maletas; ya sabe que cuando eso pasa, lo que le ordenan sacar de ellas, aquí se queda. Dígame Ud. cuáles son sus maletas y yo se las agarro ”. “Gracias, Señor, Tomás”, dijo mi madre. “No hay de qué, señora, estoy a su orden”. Don Señor Tomás nos dejó un momento al lado de nuestro equipaje. ̈ Regreso ahorita, que debo recoger una documentación para tramitar su salida”. Ya solas, le pregunté a mi madre por qué decía Señor y no Don Tomás, qué cuál era el significado de `estar a su orden´, y cuál el de `ahorita´, y por qué no decir coger las maletas en lugar de `agarrarlas´. Mi madre no estaba para contestar aquellas preguntas y, en cualquier caso, Don Señor Tomás apareció enseguida con alguien a quien le decía, ̈“Gracias, pana, todo parece en orden, así que, chévere. ¿Nos vamos a por unos traguitos el viernes? A ver si entonces tengo plata en el bolsillo. La cosa está de verdad peluda. Bueno, ahora más tarde nos vemos”. `Pana´ respondió con un `claro que sí, gordo´, que, a Don Señor Tomás, mezclador de `ahoritas´ y `ahoras´, no pareció molestarle, aún siendo un hombre muy delgado.
Había olvidado la advertencia de mi madre de que en Venezuela un coche no es un coche, es un carro. “¿Cómo los tirados por caballos? ”, le había preguntado yo. No podíamos coger el carro porque me habían explicado que “la palabra coger era una grosería” que no se podía decir, igual que tirar (entonces entendí por qué Don Señor Tomás agarró las maletas). Nos montamos en el carro, que para manejar era necesario prender primero, lo cualme asustó al imaginar un coche en llamas.
Durante el viaje, mi padre sugirió pararnos a comer algo en una arepera (desconocidas entonces en España), donde un hombre con una camisa que decía Guachimán (del inglés `watchman´, explicó mi padre) vigilaba el tráfico que entraba y salía de la arepera mientras un guacamayo picoteaba dando gritos en el jardín. Mis padres me explicaron muchas palabras en el menú: arepas con queso de El Llano o carne mechada, jojoto, empanadas, caraotas, chicha, mamones, patilla, refrescos. Yo no tenía hambre, pero tomé un jugo de lechosa y cambur. No pude recordar mucho más del viaje a casa, excepto que el aire acondicionado del carro me dio frío y me quedé dormida al cerrar los ojos cuando mi madre me puso una cobija por encima diciendo: “Descansa, Estela”.
El papel está ahora muy amarillo y frágil pero, de todas maneras, Estela escribe al margen de aquella primera entrada:
Ya había decidido que aquel no era el país donde viviría para siempre. Por mucho tiempo, la diversidad de mi idioma fue, en mí, más fuerte que su unidad. Me aislaba al hacerme sentir extranjera y se adhería, como una capa, sobre el caos que percibía a mi alrededor. Fue sólo años más tarde, siendo ya adulta, que las nubes que me habían impedido entender el mundo detrás de palabras desconocidas, finalmente se disiparon. Entonces fui capaz de ver los distintos matices de azul detrás de ellas.
El Lenguaje Uno y Diverso y el pensar en el hispanohablante
Las experiencias de Estela muestran cuán necesario es, para dominar una lengua, conocer sus palabras y los conceptos a los que ésta se refiere a fin de representar el mundo. Las palabras actúan como símbolos que transportan información sobre una realidad que la cultura define a través del pensamiento. En consecuencia, se establece una correspondencia entre lo que se dice, lo que se piensa y lo que es. Estela, con muchas experiencias todavía por adquirir a sus doce años, se saturó al tener frente a sí un repentino aumento en la diversificación de su lengua y ocurrió una ruptura del vínculo palabra, concepto y cultura.
Es obvio asumir que cuando ese vínculo tiene fuertes raíces, la diversidad en la lengua española refleja/afecta/se relaciona con las diversas maneras en las que hispanoparlantes piensan y construyen conceptos para los que acuerdan palabras que representen el mundo. Para indagar en esto podríamos, hasta cierto punto, hacer uso de teorías y cuestionamientos sobre la relación pensamiento y lenguaje, ya que están en una búsqueda constante por dar respuesta a estas preguntas: ¿El pensamiento determina el lenguaje, o el lenguaje determina la manera de pensar y ver el mundo, o quizás influye sobre él solamente? ¿Pero siempre, o sólo en algunos casos? ¿O se puede decir que el pensamiento y el lenguaje influyen uno sobre otro de manera recíproca? Sería imposible dar respuestas a estas preguntas en este espacio. Las menciono porque pueden contribuir a entender qué relación existe entre nuestra diversa lengua española, nuestra manera de construir conceptos y nuestra manera de pensar la realidad. Esto puede ser tanto si queremos entender diferencias entre hispanoparlantes de diferentes regiones y culturas como entre hablantes que difieren en niveles de conocimiento y diversidad del idioma español.
El punto de partida para estos planteamientos es la teoría del determinismo (el lenguaje determina el pensar) y la teoría de relatividad (el lenguaje ejerce una influencia sobre el pensar), propuestas por Sapir y Whorf en los años 30. Esto se basó en varias observaciones, pero una de ellas es muy conocida más allá de los círculos académicos. Plantea que la lengua de los esquimales tiene muchas más palabras para `nieve´ que la lengua inglesa (tipos de nieves, tamaño de los copos, más derretida, menos derretida). En consecuencia, los esquimales tendrían su propia manera de percibir y pensar el concepto `nieve´. Estas teorías estuvieron relegadas por unos años hasta que un nuevo interés las revivió. En los años 70 y 80, Chomsky, Pinker y Fodor argumentaban que el lenguaje no determina el pensar, mayormente porque el mecanismo para adquirir el lenguaje es innato y se relaciona, más que estipula, el pensamiento. Un punto medio que predomina hasta hoy es el de Konishi quien, en los años 90, decía que ciertos aspectos del lenguaje sí influyen el pensar, según una comparación entre como alemanes y españoles procesan sus lenguas. Ambas asignan género a sustantivos, pero no el mismo a las mismas palabras. `Puente´ es masculino en nuestra lengua y definido como sólido, fuerte por el español; pero femenino en la lengua alemana y definido como delicado, bonito por alemán.
No sorprende que los esquimales tengan un rico léxico para `nieve´ si ese es su ambiente. Mi opinión es que la conexión entre lenguaje y pensar es inquebrantable, activa y plenamente vinculada a la cultura de cada lengua. Pensamos con palabras y las utilizamos para formular nuevos conceptos y pensamientos según nuestra cultura. Por lo tanto, ¿la diversidad de la lengua española refleja diferencias entre sus parlantes en cuanto a maneras de pensar el mundo y la cultura?
No he localizado estudios científicos enfocados en esta comparación. Lo más cercano a esto son los estudios con bilingües que demuestran vivir experiencias emotivas diferentes y variar el léxico según la lengua que hablan. Sospecho que la palabra `lechosa´ no afecta mi realidad de gran manera, pero sí las palabras ´ahora` y ´ahorita`. Cuando el español le dice al venezolano que espere allí, que ahora le entrega el documento, el venezolano quizás decida, a su manera de entender la realidad, que puede salir y regresar un poco más tarde. Cuando el venezolano le dice al español que ahorita le viene el café, el español pensaría que ´ahorita´ es un diminutivo más que tanto encanta a los latinos. Y hay algo ceremonioso en el uso de Usted, tan extendido en Latinoamérica. Cuando la madre de mi amiga colombiana me preguntó: “Mi ja, ¿Ud. no cree que los tamales son más ricos que las empanadas?”, no me atreví a contradecir nada de lo dicho por la buena señora, aunque desconocía la empanada colombiana y descubrí entonces que los tamales, comidos en Colombia cualquier día del año, son iguales a las hallacas de Venezuela, que se comen sólo en Navidad. ¡Otro ejemplo de nuestro maravilloso uno y diverso español!
La diversidad de nuestra lengua puede llevar a situaciones vergonzosas que al narrarlas son divertidas. Sin embargo, lo significativo de su diversidad es que nos da llaves para abrir palabras como si fueran ventanas que nos permiten mirar y comprender los distintos mundos que viven al otro lado.
Muy interesante. Acá en México sí es muy clásico el «ahorita» y claro eso de «coger» se oye raro pues para nosotros se hace referencia al acto sexual .En cada país hispanohablante el idioma es como un caramelo con una envoltura común pero diferentes sabores en cada lugar. Un abrazo.
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Si, coger aquí es norma, suena raro agarrar, bueno es norma agarrar jajajajaja, mejor no sigo
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