
La ocupación intensiva se da en aquellos ciudadanos que trabajan mucho —peor o mejor remunerados, o inclusive nada en el caso de los estudiantes, ya que no siempre está conectada la dedicación con el sueldo— y tienen pocas ocasiones de disfrutar de tiempo de descanso. Hablamos de “intensidad” y no de velocidad, porque no nos referimos a la rapidez o lo efímero del tiempo de trabajo, sino a la explotación al máximo de un tiempo que se alarga más horas de lo recomendable. Entre este sector social se hallarían los puestos de responsabilidad de empresas privadas y sectores públicos, profesiones como la albañilería, camareros, dependientes de comercios, y seguro que muchos otros que omito por brevedad. Por su parte los estudiantes que parecen orientados en su mayoría a acudir a la universidad, si quieren que los años dedicados den su fruto en forma de puesto de trabajo, deben dedicar muchos años y horas de su vida a formarse en un mundo competitivo y con no demasiadas ofertas de ocupación, sobre todo si nos fijamos en el campo de las humanidades.
En los casos mencionados, el fenómeno consiste en exprimir el tiempo el máximo posible, siendo éste ya suficientemente dilatado. Es, pues, una cuestión de rendimiento que deja un margen escaso para dedicar parte de la existencia a otras tareas más lúdicas. Y destaco la necesidad de lo lúdico porque como bien se dice “no solo de pan vive el hombre” y necesita espacios de desconexión de sus responsabilidades y obligaciones que le permitan “subir a respirar” como decía Orwell. La casi plena dedicación al trabajo puede dotar de un cierto sentido existencial a unos, pero a otros no, y sin embargo son muchos, cualificados o no, que padecen esta explotación por parte de un sistema que en unos casos mide el rendimiento ilimitado —nunca parece suficiente— y por otro, establece jornadas laborales draconianas. Viven en la sociedad de la hiperactividad, aunque no solo ellos.
Los niños, para conciliar la vida familiar, se ven obligados en su mayoría a hacer jornadas irracionales entre el horario escolar y las actividades extraescolares, que amplíen sus horarios al máximo para hacerlos compatibles con las largas jornadas de padres y madres. La presión y el poco espacio de ocio se inicia bien temprano.
Por otra parte, los abuelos, tras una existencia sometida a la hiperactividad mencionada, se sienten obligados a menudo a suplir la ausencia de los padres, cuidando de sus nietos cuando la edad nos es excesivamente compatible por la energía que poseen los pequeños.
Hay otro sector social condenado al ostracismo laboral que se ve azotado por la angustia de buscarse la vida en el mercado negro. Teniendo ayudas sociales que con suerte les alcanzan para no comer, no lo hacen para sufragar los recibos de consumos, alquileres y otras necesidades que no quedan cubiertas.
De alguna manera los factores estresantes afectan a toda la sociedad; a cada cual según su situación particular. Este estado mental de agotamiento lleva a los individuos a lo que podríamos denominar un consumo pasivo. Este se caracteriza por la demanda de productos online, que requieran el menor esfuerzo posible. De igual forma el ocio se consume preferentemente de forma pasiva, es decir, de manera que la distracción, el disfrute y la desconexión exijan el menor esfuerzo posible. No ha sido casualmente que se ha disparado la demanda de plataformas de películas, series, etc. Esta pasividad, que implica que todo se ofrece acabado y a punto de consumo, no responde a una pereza generacional, sino a la necesidad de descanso.
Es cierto que los hay que continúan su vida atropellada también en su tiempo de ocio. Como si no pudiesen detener la maquinaria llenan de actividades como son el ejercicio físico, los viajes u otras actividades que les permiten no reducir el ritmo.
El resultado es que, unos por cansancio y otros porque no logran detenerse, los individuos se convierten en seres-robotizados que huyen del silencio, de la soledad y que actividades más reflexivas que les permitan repensarse como humanos.
Este panorama es, por otra parte, óptimo para el engranaje productivo-económico, en el que las voces críticas son pocas y altamente mediatizadas y moldeadas por los poderes económicos. Las reivindicaciones son parciales, no se dirigen a la estructura-núcleo de los males que nos aquejan y que forzarían, llegado el caso, a replantear todas esas demandas que hemos denominado parciales: feminismo, ecologismo, movimientos LGTBI y esas prácticas vegetarianas y veganas que se extiende entre la juventud y, por supuesto, alrededor de las cuales ya se ha edificado toda una industria de consumo.
En síntesis, las sociedades de la hiperinflación de actividad nos llevan al agotamiento o a no poder escapar de esa vorágine, a partide lo cual se erige una industria de consumo ajustada a las necesidades que el propio proceso productivo y la intensidad del ritmo de vida requieren.
Lo que nos resta libertad, en primer lugar, es un sistema productivo-económico en el que todo parece previsto, y a partir del cual el ejercicio democrático o la voluntad de los ciudadanos de ejercerlo expresa de manera brillante la procrastinación. Lo urgente no resta fuerzas para lo importante. Y esto, porque cuando una sociedad está saturada por las instituciones que señalan el camino de la integración social, los ciudadanos quedan exhaustos.
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