por Ana de Lacalle

“La diferencia entre torturador y torturado es solamente fenoménica, pues ambos son uno, de manera que el torturador se engaña cuando cree que no participa de tal tormento, así como se engaña la víctima cuando piensa que no participa de la culpa. Pues el conjunto de la maldad y del sufrimiento es la más fuerte manifestación de una única voluntad de vivir que se halla en contradicción con ella misma”
Schopenhauer, A. Recopilación y traducción de Parábolas y Aforismos por Carlos Javier González Serrano. Alianza Editorial. pg. 129
El fragmento elegido es uno de tantos del gran maestro que fue y es hoy Schopenhauer. Uno que como otros se nos presenta, de entrada, algo abstruso o poco claro, en cuanto parece mostrarnos cuestiones que van en contra del sentido común.
El ejemplo que utiliza del torturador/torturado nos sorprende porque afirma que tanto uno como otro participan del sufrimiento y de la culpa, cuando al leerlo tendríamos la espontánea tendencia de categorizarlos de forma nítida y separada con el rol que parecen cumplir.
Sin embargo, fijémonos que lo que pretende establecer es que el mal es la manifestación de una misma y única voluntad de vivir que cuando se subjetiva en individuos concretos se halla en contradicción con ella misma. Y esto porque la voluntad de vivir que es pasión, impulso y deseo siempre insatisfecho puede llevarnos en el mundo -lo fenoménico- a una oposición de voluntades particulares, que no quieren más que una misma cosa: vivir.
De aquí podemos derivar que esa voluntad que es motor del mundo, y de los humanos como fenómenos corpóreos, es una pulsión que nos lleva siempre a desear, y siendo deseo y anhelo infinito no puede ser nunca satisfecho porque dejaría de ser deseo. Es decir, la voluntad de querer vivir, ese afán de mantenerse exige estar siempre en la búsqueda de saciar deseos insatisfechos, de lo contrario se anularía, perdería su poder querer y como no somos más que la manifestación fenoménica de esta, nuestro querer vivir se desintegraría. Sin voluntad nada somos, pero es ella la que, en su necesidad de ser y manifestarse, nos lleva al padecimiento y al mal.
¿Esto significa de vivir implica dolor y sufrimiento? Sí, por supuesto, y no es ninguna novedad que anuncie Schopenhauer ya constituyó la cuestión central – ¿Cómo ser feliz? – de la filosofía helenística. Por ello el filósofo alemán se nutre ampliamente de ella y asume principios tanto de los epicúreos como de los estoicos. De esta forma, Schopenhauer advierte que quien se deja arrastrar por esa voluntad que desea infinitamente, y desea el placer, no conseguirá más que un vivir tortuoso. Quien, por el contrario, cultiva su intelecto y su espíritu, aunque por sí solo no tenga el poder de doblegar a la voluntad que es su mismo principio, sí puede lograr una cierta templanza o equilibrio entre esa fuerza ciega que desea y la capacidad de desafectarse, alcanzar cierta indiferencia, prescindir de lo deseado que nunca satisface nada, desprenderse de lo no necesario y llegar a un sosiego y paz mental. Esto último es lo que él denomina la vida ascética, en cuanto gracias al intelecto aminora la intensidad de desear lo superfluo, lo que no necesitamos, y sin necesidad imperiosa no hay deseo intenso que nos desasosiegue. Un principio estoico que el filósofo del pesimismo asume como la única vía para vivir, que es lo que queremos, pero con cierta paz.
De alguna manera, lo explicado anteriormente trasladado al mundo de hoy tiene un sentido hondo: el principio de vida que introyectamos es estudia para tener un trabajo que te permita consumir lo que necesitas para ser feliz. Y aquí el engaño es doble, las necesidades son relativas al contexto socioeconómico en el que vivimos y el sistema capitalista nos crea nuevas supuestas necesidades, en cuanto las experimentamos como tales. El segundo engaño es que satisfacer esas falaces necesidades me lleva a ser feliz, casi como si fuésemos únicamente seres que se nutren de lo material, sin que nada más tenga relevancia. Cuando bien sabemos que lo nuclear para ser relativamente felices -porque no hay felicidad en sentido absoluto- no es el consumo de objetos, porque no somos cosas, sino personas con otras necesidades como el afecto, la compañía, el apoyo mutuo y la reciprocidad y la mirada del otro que no reconocer como humanos -seres complejos y cuya condición nos impele a buscar lo relevante para ser felices desde una perspectiva más amplia.
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Felicitaciones Doctora La Calle por el análisis filosófico de Schopenhauer. La felicidad es tan paradisíaca e insuficiente a la vez.
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