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Hace ya algunos años un famoso periodista confesaba que por Navidad solía invitar a algún amigo, que, por circunstancias diversas, se encontraba solo. Al principio eran amigos que se acababan de divorciar y todavía no habían sido capaces de reordenar su vida y en esas situaciones, pasar una Nochebuena solo en un hogar que no es el tuyo, se puede hacer demasiado duro. Luego – continuaba el periodista – se dio cuenta de que cada año había más y más convidados a su mesa y no todos tenían el divorcio como común denominador.
Mi propia experiencia me ha enseñado que, en ocasiones, es peor imaginar el dolor que te va a producir algo, que el que te produce realmente cuando acontece. Así sucede con la idea de que parezca insufrible la soledad en una Nochebuena o Nochevieja, cuando lo cierto es que no es así. Al menos, no es así siempre y por definición, lo cual no quiere decir que debamos fustigarnos y sufrir estoicamente como un buen masoquista.
Todo esto viene a colación de un hecho que nos ha pasado a mi mujer y a mí hace apenas un día antes de cuando escribo estas líneas (13/12/2022).
El destino ha querido que conociéramos a un matrimonio, lo cual, no sería noticia si no fuera por las circunstancias personales que les rodea. Están entorno a los 75 años y recientemente han decidido abandonar su país natal – hispanoamericano – e instalarse en España. ¿Las razones? La inestabilidad política de su país y la imprevisible deriva que pudiera suceder en un futuro.
Así es que, así las cosas, deciden desprenderse de todas sus propiedades terrenales, unas vendidas y otras regaladas: vivienda, muebles, coches. Todo. Y emigrar a España, a la Costa del Sol, un lugar con el que tan solo les une una cultura y una lengua comunes. Su hija – casada y con dos hijos – reside ahora en Madrid, pero ha vivido en medio mundo. Ellos, después de andar por toda España y Portugal, han decidido recalar aquí.
Debe ser durísimo tener que abandonar tu país y buscar refugio en otro. Pero no soy capaz de imaginar el miedo que hay que tener para hacerlo a los 75 años después de una vida plácida y acomodada; de lujo. No me imagino el valor y la determinación necesarios para quemar tus naves como Hernán Cortés y disponerte a pasar unas Navidades en tierra extraña – que no hostil – y sin los tuyos a tu lado, porque la hija se marcha a pasar las vacaciones de Navidad a Punta del Este.
Así es que, en cuanto mi mujer y yo nos enteramos de que pasarían la Nochebuena solos, en un apartamento tan grande como el cuarto de la limpieza que tenían en su casa de allá, pensamos que sería bueno compartir la mesa y otras experiencias enriquecedoras.
Cuando me refería al título de esta entrada y mencionaba a los “necesitados”, no todos necesitan dinero. La mayoría necesitan – necesitamos – cariño, compañía. Burlar a la soledad.
© Carlos Usín