Amor: de materia filosófica a commodity de masas by Ester Astudillo

 

Como bien podemos adivinar casi todos quienes tenemos una cierta edad, Love is in the Air se corresponde con el título de una balada de los años setenta. Efectivamente, desde mayo del 68 hasta nuestros días hemos venido respirando no sólo moléculas de O2, sino también otras de ese ingrediente desde entonces ‘imprescindible’ disuelto en nuestra atmósfera más inmediata y con el que el oxígeno aparentemente venía imbricado: All You Need is Love es un tópico que desde los sesenta ha venido envejeciendo con nosotros. Y ha envejecido mal, por demás, puesto que, advenido el s. XXI, se ha convertido en un latiguillo poco menos que tóxico. Al menos así lo percibe parte de la población, y así lo denuncia el relato feminista. Aquel Love is in the Air hoy bien podría interpretarse como que el amor, en lugar de fundido con el oxígeno y tan indispensable para la vida como aquel, ha quedado en suspenso, ‘en el aire’, carente de un nicho oportuno donde saber (re)ubicarlo. Y por más que el lema de los Beatles continúe siendo un eslogan publicitario e insidioso, cabría matizarlo con este otro también muy traído a colación (y probablemente mucho más realista para los tiempos que corren): ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Lo cierto es que aunque el amor como tema inició su andadura de la mano de la filosofía griega clásica, ha sufrido su propio vaivén, traído y llevado por el trajín de los tiempos: el amor también carga a cuestas su propio envejecimiento, peor o mejor llevado, a la vez en el entorno privado, es decir como vínculo emocional (donde sí, también ha envejecido), y en la arena pública, como ítem objeto de reflexión. En el Banquete, Platón sembró la semilla en este último ámbito: allí ya se esbozan nociones que aun hoy permanecen en nuestro imaginario, algunas de las cuales continúan siendo objeto de debate, como la existencia o no del amor romántico y del amor complementario (o de la media naranja), el amor homosexual / bisexual o el amor como fuerza genésica, como aquella pulsión que muchos siglos después sería denominada por el psicoanálisis sublimación, y que ha sido considerada el rasgo distintivo principal de nuestra especie. Tras la creación, tras la capacidad de transformar la frustración, el desaliento, el dolor, la ofuscación, etc. en otra cosa antes inexistente y bella (incluidos el pensamiento y la filosofía), ahí también late (para algunos pensadores) la fuerza del amor.

El amor como Eros se halla en el centro de las mitologías; también gravita en el vórtice de las cosmologías, incluyendo la cristiana: el Dios cristiano sacrificó a su hijo divino por amor a sus ‘otros’ hijos humanos. En esa acepción intelectualizada o ‘sublimada’, el amor ha sido, pues, protagonista destacado simultánea o consecutivamente para la filosofía, la religión, la literatura y la metaliteratura, la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis, la ética, la sociología… ¡incluso para la medicina! No cabe duda de que es la fuerza de la pulsión erótica en nuestra vida personal lo que ha investido al amor también de esa primacía como categoría intelectual. Con el nacimiento de la psicología, la divulgación masiva de sus fórmulas elementales, la popularidad de cierta versión distorsionada y light del psicoanálisis y, en las últimas décadas, la profunda penetración sociológica del discurso psi -que goza incluso del apoyo institucional (escuela, servicios sociales, administración, etc.)-, no es de extrañar que los contemporáneos hayamos convertido el amor en un elemento angustiante y obsesivo de nuestro yo: confundido entonces con la otra vertiente del amor, el amor propiamente vivencial, el que nos incumbe a cada uno; es decir, el amor como vínculo, que, lo admitamos o no, ha evolucionado en tándem con la ideología del momento y, sobre todo en los últimos 150 años, con los cambios sociológicos. Hasta tal extremo se produce hoy la (con)fusión entre los dos ámbitos (privado y público) que dan forma a lo que entendemos por amor que más que nunca es arduo dirimir qué es lo que le debemos al césar y qué a Dios.

¿Está hoy el amor en crisis? Algo pasa con el amor. «Love is in the air», podemos continuar diciendo, y a pesar de lo dicho no incurríamos en contradicción: desde luego está en boca de todos. Como materia de reflexión ha abandonado la filosofía (aunque haya sido adoptado por la ética, en tiempos clásicos englobada en aquella) y se ha integrado fundamentalmente en el pensamiento psicológico y terapéutico. Imbuidos del discurso buenista de la felicidad alcanzable y de la psicología positiva, dos rentabilísimas canteras editoriales, todos aspiramos a amar bien y a ser (bien)amados. Al menos a nivel imaginario: hace muchas décadas que el discurso cultural estándar y publicitario se emplea en ello. Sin embargo, la escisión con la realidad es irrebatible: nunca antes hubo más divorcios / separaciones ni fue tan bajo el tiempo medio de convivencia con la pareja (hoy es necesario matizar: la primera pareja). Tampoco hubo nunca tantas agresiones entre los convivientes. Desde las líneas feministas, lo primero se interpreta como un índice de la creciente libertad de la mujer, finalmente empoderada para poner fin a relaciones de pareja infelices. Lo segundo, entre otras, como la prueba de que el amor debe ser, cuando menos, repensado.

Pero no es solo la alfabetización de la población en general y la interiorización del discurso psi y de las emociones lo que ha problematizado el amor. Si desde la edad media fue uno de los elementos en que bebió la literatura, desde el nacimiento de la cultura de masas se convirtió en uno de sus iconos estrella, con mayo del 68 a la cabeza, haciendo de él bandera de la ruptura con las (buenas) formas y con la convención. No es seguro que el lema de los hijos de las flores «Make love, not war» confundiera a sabiendas amor con sexo, pero lo que sí es seguro es que catapultó su escisión para siempre. El feminismo creyó ver en esa separación el espaldarazo para una liberación -la de la mujer- que era ya imparable. A varias décadas vista, no estoy segura de que no haya resultado un flaco favor, en especial para el amor, el elemento finalmente peor parado en este embrollo.

Sin duda hoy sabemos más de sexo porque gozamos de mayor libertad para experimentar pero, ¿sabemos más del amor? ¿O estamos más perdidos, por bien que no podamos dar un paso sin leer o escuchar alguna tonadilla que nos sugiera su a veces fatal, a veces bendita, generalmente falaz omnipresencia? ¿Saber del amor significa amar mejor y/o amar más? Tazas, camisetas, souvenirs, papeles decorativos, cuadros, marcos para fotos, cds, álbums, carteles y cartelas, obras del pop art, música rock y pop, tangos, música folk, manuales de autoayuda, literatura romántica, llaveros, diseños artísticos y de moda, bolígrafos … son algunas de las commodities que desde puestos callejeros a stores de lujo exhiben sin recato aludiendo a ese elemento tan ‘naturalmente’ interiorizado y a la vez en verdad tan elusivo. Porque, cierto es, nunca habían sido tan numerosos los pacientes que refieren en terapia la queja de sentirse vacíos, abúlicos e incapaces de amar.

La prolífica producción intelectual y cultural grosso modo sobre el amor tal vez sea ante todo un síntoma de que es el vínculo lo que está en crisis, a remolque, entro otros, de los colosales cambios sociológicos que se están sobreviniendo sobre el modelo de pareja. De igual modo que síntoma es también que la falta de amor sea un queja destacada en psicoterapia. Pero el aguijoneo cultural constante evocando ese otro amor-commodity y prête-a-porter, tan alejado del real, resulta de poca ayuda. En cambio, le ofrecemos nuestra adhesión imaginaria incondicional, lo cual probablemente alimente nuestra ambivalencia, dudas e insatisfacción: el ideal queda rematadamente fuera de nuestro alcance, ¡conflicto seguro a la vista!

Cuarenta años después de su estreno podemos continuar cantando el estribillo de Love is in the Air y en verdad no andaremos lejos de la realidad. «Love is everywhere», nunca más atinada la frase; pero entendámosla en su peor acepción: ¡no hay forma de escapar al acuciante asedio al que nos somete el inacabable tostón de la palabreja!

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