Itinerarios: CASTRILLO DE LOS POLVAZARES

Itinerarios, continuará con Mujeres en el Camino de Santiago y Mujeres Peregrinas

By Mercedes G. Rojo

En diciembre de 2019, la Asamblea Nacional de los Pueblos más Bonitos de España, reconocía Castrillo de los Polvazares, una de las localidades más emblemáticas de la comarca de Maragatería (León) (a quienes algunos gustan llamar País de Maragatos tal y como -en algunos ámbitos- se la conocía en siglos pasados), como uno de los Pueblos más Bonitos de España, en una lista que aún no llega al centenar de los mismos.

            Para alguien descendiente de un nacido y completamente enamorado de su pueblo, que ha crecido aprendiendo a amar a través de sus ojos, sus palabras, sus paseos y enseñanzas, sus paisajes, la belleza de sus cielos, el aroma de su campo acompasándose a cada estación del año, la quietud de las horas deslizándose lentas bajo las nubes, con el canto del grillo y del cuco en sus oídos, que una declaración así haya llegado  no es para nada sorprendente. Ya en 1980 fue declarado Conjunto Histórico-Artístico de alto valor monumental, y tal vez gracias a ello ha conseguido mantener hasta hoy su aspecto. Así que si ahora se encuentra también entre las localidades reconocidas entre esos pueblos más bonitos, será que así tenía que ser, y ya está. La realidad es que, mucho más allá de lo que habitualmente se conoce del mismo que suele quedarse en la calle Real y en el entorno más próximo a la iglesia, Castrillo de los Polvazares es un pueblo lleno de rincones para disfrutar de un tiempo que parece haber quedado prendido entre sus piedras y que se mueve al ritmo lento del crecimiento de los robles y las encinas que lo rodean. Un lugar para perderse y recuperar la paz perdida en aras del bullicio y las prisas de las grandes ciudades. Un lugar para descubrir en cualquier época del año.

            Para quienes llegan de fuera su aspecto más característico no es, sin embargo, ni el que marcan sus casas ni sus paisajes. Lo que más llama la atención del mismo, algo que lo diferencia de muchos otros pueblos, es el empedrado de sus calles, hecho a base de “morrillos”, cantos rodados sacados del cauce del río o apartados de las tierras aledañas al ser aradas para su posterior sembrado. Recuerdo que  a mí lo que más me llamaba la atención no era el hecho en sí del empedrado, sino que siendo un pueblo con tantas piedras tuviese su topónimo unido al polvo (al menos aparentemente) en vez de a éstas. Curiosamente en un radio de no demasiados kilómetros, situado también en el entorno próximo a Astorga (y dentro de la más de una docena de lugares que solo en esta provincia responden al nombre de Castrillo), existe otra localidad que se llama Castrillo de las Piedras.  De niña  me daba por pensar que ambos pueblos tenían intercambiados los nombres, porque las respectivas características de cada una de ellos así parecían indicarlo; ya saben,  el pensamiento simple de los niños de corta edad. Interpelado mi padre una y otra vez a este respecto, nunca supo darme una respuesta que me fuera satisfactoria; esta llegaría más adelante por boca de una mujer anciana, abuela de mis amigos, profundamente ligada al pueblo que nos contó cual era el origen del nombre del pueblo tal como hoy lo conocemos. No sé si ese origen pudiera ser el verdadero, pero habida cuenta de que en épocas anteriores al pueblo “se apellidó” de otras formas) la razón esgrimida para su nombre actual me pareció ciertamente válida (no tengo ni idea de etimología), una razón que acabé convirtiendo en un relato que tal vez en otro momento comparta con ustedes (que algo de espacio hay que dejarle a la imaginación y la intriga).           

            Pero si en algo ha destacado Castrillo de los Polvazares a lo largo de las últimas décadas, más que por su aspecto,  ha sido por su gastronomía, fundamentalmente ligada al cocido maragato que tan de moda puso el popular locutor Luis del Olmo, uno de los grandes de la radio española. Si bien es cierto que variantes de cocido hay en todas las regiones españolas (algunas ya aparecen incluso recogidas en obras maestras de nuestra literatura como el mismo “Quijote” de Miguel de Cervantes), la características que más diferencia al maragato sobre los demás es que se come al revés, es decir, dejando la sopa justo para el final, una circunstancia que (aparte de las opciones más lógicas ligadas a las costumbres del pueblo maragato) viene adornada de diversas leyendas que le dan ese punto aún mayor de originalidad.

Sin embargo, el motivo de que hoy me anime a hablarles de esta singular localidad leonesa, aparte de la añoranza que siempre siento por sus paisajes, que me han dado la calma y la inspiración para muchos de mis escritos, es porque al encontrarnos una vez más Año Santo Compostelano, serán muchas más de las que habitualmente lo hacen las personas que transiten por sus proximidades, pues el pueblo está a pocos metros de la ruta oficial pedestre que se sigue para llegar a Santiago siguiendo lo que se conoce como Camino Francés. Desde luego la desviación bien merece la pena y continuar a través de él hasta el próximo pueblo o volver a la ruta anterior, no sin antes dejarse atrapar por su serena belleza y por la magia de las leyendas que siguen depositadas entre sus piedras.

Particularmente, a mí me gusta buscar la soledad y el silencio de sus calles en los días de la primavera y el otoño, especialmente si luce el sol tras una jornada de lluvia, cuando no hay mucho bullicio por las mismas y el tiempo parece haberse detenido en otros tiempos. Les invito a que en su visita busquen un alto y miren hacia el Teleno (el monte sagrado de los romanos), y si está completamente cubierto de nieve como estos últimos días que han precedido a la escritura de este trabajo mucho mejor aún. Y escuchen el río Jerga que  pasa deslizándose a una orilla del pueblo, separando éste del cementerio y del “castro” que llaman de La Magdalena. Solo por breve tiempo nos dejará oír el rumor de sus aguas antes de que se agoste de nuevo, mientras las cigüeñas ya instaladas sobre la torre de la Iglesia les acompañarán con su continuo crotoreo.

Y si pasan por la plaza y ven el medallón en recuerdo de Concha Espina, no se dejen engañar por los rumores  que, aunque la autora de La Esfinge Maragata (Premio Fastenrath, 1914) pasó por el lugar e incluso se alojó en alguna casa del pueblo, aunque el apellido de sus protagonistas es uno de los más característicos del mismo (sus connotaciones tiene, que no dejaba nada al azar la aspirante a Premio Nobel) Valdecruces no está inspirado en Castrillo, como lo declara a poco que nos fijemos la fisonomía del pueblo y el aspecto de sus alrededores.

            Así que ya lo saben, a la menor oportunidad que tengan, no dejen de visitar este singular pueblo, que encontrarán a solo cinco kilómetros de Astorga, en plena ruta del Camino Francés a Santiago. Porque Castrillo de los Polvazares bien vale una visita.

6 comentarios

  1. Un pueblo maragato desaparecido debido parece ser a sus inundaciones o la peste puede ser del que Concha Espina se inspira, se encuentra siguiendo el Jerga, en la confluencia con el arroyo Veiga, se llamaba Santa Cruz (Santa Cruz del Valle), debajo de Santa Catalina, sus habitantes se fueron a vivir Santa Catalina de Somoza donde también vivió un tiempo la escritora y pudo informarse de el

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  2. Valdecruces es en realidad una amalgama de características tomadas de aquí y de allá, aunque algunos expertos sitúan la tipología del pueblo inventado más bien en la zona próxima a Val de San Lorenzo, incluso pudiera tratarse -por algunos detalles recogidos- del propio Val de San Román. Lo que si es cierto es que quienes nos hemos criado en la zona y hemos pateado la comarca, en el capitulo de llegada a Astorga, cuando enfilan el último tramo de arribada al pueblo, descubrimos claramente por descripción de paisaje la salida de la ciudad por el lugar próximo a Fuentencalada, es decir cogiendo la dirección más bien hacia Morales del Arcediano o Val de San Lorenzo en cuya intercesión se haya precisamente Val de San Roman. El paisaje hacia Castrillo de los Polvazares (que se nombra como tal en el libro, junto a otros como Boisán, Santa Coloma -actual Santa Colomba de Somoza-…, lo que hace que automáticamente tengamos que rechazarlos como escenarios de la novela) por el Camino de los Peregrinos es totalmente diferente al descrito. Por otro lado hay paisajes próximos al pueblo que recuerdan mucho la zona a la que aludo.
    Por lo demás, es una mezcla de detalles que coge de aquí y de allá para novelar luego a su manera. Y algo muy importante, el gran partido que le sacó a una visita que apenas duró unas semanas.

    Gracias por el interesante dato que aportas, Ángel. Decir también que el original Castrillo que se recoge también como Castrillo de Rechibaldo en documentos antiguos, estuvo curiosamente ubicado por encima del actual.

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