Los nuevos Inquisidores.

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La manía – más bien, obsesión – de intentar obligar a toda la población a comportarse de una única manera, pensando y hablando de una única forma, es tan antigua como el hombre. Ello, aun siendo un síntoma evidente de totalitarismo, tuvo en algún momento de la historia de la humanidad algún sesgo de coherencia. Si el Imperio Romano no hubiera actuado así, habría sido bastante más complicado gestionarlo, amén de que ahora no seríamos lo que somos. Pero, como en todo en esta vida, hay límites que sobrepasan con mucho las fronteras de lo racional, lo coherente, lo pragmático o aconsejable. Es entonces cuando nos adentramos en el terreno del absurdo y del ridículo.

Por ejemplo, desde la implantación de la República en España, en 1931, se fueron introduciendo una serie de cambios en las costumbres que abarcaban todo el ámbito de la vida cotidiana. Así, cuando alguien estornudaba ya no se podía decir “Jesús”; había que decir “salud”, satisfaciendo de esta forma la inquina anticlerical. Algo parecido ocurrió con la vestimenta. Llevar alpargatas en vez de zapatos, estaba mejor visto y lo mismo cabe decir de sustituir el sombrero por la más proletaria gorra. Todo se aceptaba con tal de que ningún analfabeto con ínfulas de rey de bastos, te pudiera amargar el día por la calle.

Y si por algún extraño sortilegio se te pasara por la cabeza discrepar, criticar o negar el progresismo de semejantes propuestas, serás tildado de fascista, hereje o incluso, antipatriota, del mismo modo que antaño la Santa Inquisición, juzgaba a los acusados de no abrazar con el debido entusiasmo la única fe admitida.

Desde hace algún tiempo venimos padeciendo una suerte de virus de la estupidez humana, extraordinariamente contagioso, tanto, que podría catalogarse como pandémico, y que se caracteriza por realizar una revisión de la historia, de los usos y costumbres y hasta del lenguaje. Sobre todo, del lenguaje.

Beyoncé va a tener que modificar una palabra de una de sus canciones porque, al parecer, un grupo de discapacitados, se siente ofendido. En nuestro país, la malograda Cecilia, tuvo que hacer lo propio en otra de sus memorables canciones, y tuvo que cambiar la expresión “de esta España muerta” por esta otra: “de esta España nuestra”. Al menos, en esa época, la excusa era que la dictadura de Franco imponía sus normas. Hasta los payasos de la tele, los Gabi, Fofó, Miliki y Emilio Aragón, se han visto afectados por este estúpido virus y han tenido que modificar la letra de una de sus canciones infantiles en las que se decía que una niña no podía ir a jugar “porque tenía que planchar” y eso, según dicen ahora los nuevos inquisidores sociales, es sexista. Al parecer, estos inquisidores desconocen la realidad de millones de niños y niñas, que se han quedado sin infancia, que a edades donde deberían estar jugando con sus muñecas y sus balones de fútbol, en realidad, están llevando comida a casa, cuidando de sus hermanos pequeños y ejerciendo de adultos, cuando no tienen más de 8,9, 12 años. Y para terminar con los ejemplos, hasta una canción de “nuestra” Rafaela Carrá, ha tenido que ser adaptada a los nuevos tiempos, cambiando una expresión que a los oídos de los nuevos inquisidores/as/os, sonaba mal.

La revisión constante de hechos históricos acaecidos hace 50,100 o 500 años, bajo la lupa de nuestros planteamientos actuales, es algo tan absurdo como estéril. ¿Acaso son más salvajes los indios norteamericanos por arrancar las cabelleras de sus enemigos que los soldados rusos asesinando a civiles desarmados, mujeres, niños y ancianos en Ucrania?

(Sobre este tema ya lo he tratado aquí.)

Estas propuestas revisionistas, que siempre provienen de una izquierda obsoleta, caduca, sin ideas, desfasada, anclada en una ideología fracasada allá donde se ha implantado, alejada del día a día de la realidad de los ciudadanos, las convierten a ellas y a quienes las promueven, en meros objetos superfluos. Muy caros de mantener, pero totalmente prescindibles.

El intenso ejercicio de distracción masiva que supone para los ciudadanos esta interminable sucesión de estupideces, excentricidades, incoherencias, profecías imposibles de contrastar, y burdas mentiras de los políticos, representa un enorme dispendio de recursos económicos, una burla a la inteligencia de los votantes y un supremo esfuerzo de contener la ira y mantener la calma por parte de éstos.

No conozco a ningún país en el que su ministro de consumo, realice declaraciones en contra de los productos y profesionales de su propio país, en aras – supuestamente – de una hipotética explotación sostenible. De hecho, declaro mi total desconcierto cuando en España tenemos un ministerio de agricultura, pesca y alimentación y otro llamado “ministerio de Consumo”. No encuentro la necesidad de esa dualidad. ¿Acaso lo que se consume no es alimentación? Y mientras el ínclito ministro decide que hay que comer menos carne roja, a continuación, hay testigos que le ven poniéndose ciego con un entrecote.

Tenemos un ministerio de derechos sociales y otro de igualdad. ¿No está incluido uno en el otro? ¿La igualdad, no es un derecho social? Y, además, destinamos 20.000 millones a este último para que palabras como “hijes” se vayan haciendo populares; o para pagar 80.000€ a un cretino que ha cogido sin permiso fotos de mujeres en internet, para hacer un copy/pega, para que la ministra realice un poster donde se muestra a diversas féminas, una con mastectomía, otra obesa y una más con una pierna ortopédica, y todo ello convenientemente modificado, lo que ha originado las denuncias públicas de esas mujeres que se han visto manipuladas y sin su consentimiento.

Celáa intentó convencernos de que “los hijos no son de sus padres”, en un alarde de imaginación prejuiciosa, señalando – tal vez – una conducta de infidelidad masiva en nuestra sociedad.

Y ahora, ante la crisis energética que estamos sufriendo, se nos quiere convencer de que todo se debe a la guerra de Ucrania, de que el culpable es Putin, olvidando lo que ocurría el año pasado, – cuando no había guerra en Ucrania, – con miles de personas que no podían pagar la calefacción en invierno. Y por eso, ahora, con la guerra, el presidente se quita la corbata para ahorrar energía y después se sube al helicóptero, que le lleva al aeropuerto donde le espera el Falcon, para llegar hasta Valladolid, donde le espera el Audi A8 blindado que ha viajado vacío de Madrid a Valladolid.

El colmo de los colmos ha sido justificar a los condenados por los ERE de Andalucía, aduciendo que ellos no se han metido en su bolsillo los 700.000.000 de euros que han robado.

Y todas estas ocurrencias tienen como única finalidad la de establecer una forma de pensamiento única; diferenciar claramente lo que se considera políticamente correcto – aunque incluya patadas al diccionario, al concepto de Justicia o vayan contra la democracia – y lo que no lo es; algo en lo que algunos son especialmente hábiles.

Al hilo de todos estos sin sentidos y de muchos otros con los que nos encontramos casi a diario, siempre recuerdo esa imagen visionaria y cáustica de Woody Allen en su película “Bananas”.

Para el que no la haya visto, la acción se desarrolla en una república bananera. En un momento dado, a él le hacen formar parte del gobierno revolucionario que ha vencido y como medida estrella, establece que, además de tener que vestir el uniforme verde de campaña, todo el mundo debe llevar los calzoncillos verdes también. Y para controlar que todos llevan los calzoncillos verdes, a partir de ese momento, los calzoncillos se llevarán por fuera del pantalón.

Pues en esas estamos, sólo que no es una película y nos cuesta demasiado dinero. O sea que bromitas, las justas.

© Carlos Usín

Un comentario

  1. El artículo es muy interesante, aunque cuestionar el pensamiento único a la vez que denunciar la revisión histórica podría ser visto como algo contradictorio. No tengo claro lo de la «izquierda obsoleta, caduca…» pero me parece que la historia de las colonizaciones está siendo revisada por los colonizados en África, América y otros lugares. Toca escucharlos quizás. Y si un ministro de consumo critica el sector agrícola de su propio país puedo entender que para muchos sea un despropósito, pero precisamente por eso está muy lejos de representar un pensamiento único.

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