Una orca y el cadáver sin cabeza de Juan Carlos Mantilla

La cámara frigorífica número 75 en la Morgue de la ciudad de Miami, al sur del Estado de Florida, EE.UU., albergaba el cuerpo sin cabeza de lo que parecía haber pertenecido a una mujer joven, de unos treinta años. más o menos, pendiente de la correspondiente autopsia por parte de la autoridad anatómico forense, del Condado de Dade County.

El cadáver decapitado, había aparecido en la playa de Miami Beach, justo frente al Famoso Fontainebleau Hotel.

Del dedo gordo del pie derecho, con uña pintada de brillante esmalte rojo, colgaba una etiqueta con el número 47. 

La policía afirmaba, que había una investigación en marcha para tratar de averiguar la razón y culpable o culpables de semejante crimen tan macabro. Pero, que, aunque se barajaban varias hipótesis, nada había seguro hasta el momento.

La ciudad de Boca Ratón, en la costa suroriental de Florida, a unas 40 millas al Norte de Miami, famosa por sus campos de golf, parques y playas se había convertido en un lugar de clase y privilegio para vivir.

A menos de una hora de la gran urbe de Miami gozaba de la proximidad y a la vez de una tranquilidad imposible de encontrar y disfrutar en la gran ciudad.

Ubicada frente al océano, ofrecía además de los encantos y la especial calidad de vida ya referidos, un Centro de Naturaleza con espectaculares senderos, un jardín con mariposas y un refugio para tortugas marinas.

Roberto Meloni, aterrizó en Boca Ratón a la tierna edad de 12 años junto a sus padres y hermana pequeña Lucia, procedentes del frío y las brumas del Norte del país. La familia, una de tantas familias mixtas como es frecuente encontrar en EE.UU. particularmente en el Sur de Florida y California —el padre italiano, la madre norteamericana— se afincaron en Boca por su agradable clima caribeño y buenos colegios para los niños.

Roberto y Lucía se acomodaron con facilidad y felicidad a su nuevo entorno. No hubo traumas ni añoranzas.  Ambos congeniaban fácilmente con nuevas personas y hacían amigos sin problema.

Roberto, a los 16 años ahora, se había convertido en un guapo muchacho, ojito de todas sus compañeras de la Boca High School, buen estudiante y mejor deportista. Practicaba el tenis, la natación y su nuevo descubrimiento convertido en pasión, el Surfing, en la bonita playa cercana a la urbanización donde residía, cerca del Mall más grande y moderno del sur de Florida, el Town Center, de Glades Road.

La policía informaba cada mañana, para tranquilidad de la población,  que la investigación  acerca del cadáver sin cabeza encontrado en Miami Beach, seguía su curso pero que aún no podían facilitar detalle alguno.

Un buen día de domingo de aquel febrero, Roberto se disponía a pasar la mañana surfeando en la playa de South Beach Park de Boca, como era su costumbre, cuando el viento de levante azotaba con fuerza la costa. En esas condiciones, los aficionados al surf disfrutaban con gran felicidad deslizando las tablas dentro de los tubos que formaban las espectaculares olas de vez en cuando. Estas, coronadas de crestas blancas los envolvían y los llevaban velozmente hasta la orilla. Y vuelta a empezar.

Preparó su tabla, limpiándola y encerándola cuidadosamente para que se deslizara veloz sobre las olas. El día prometía lo mejor para la práctica de este deporte a causa del fuerte viento de Levante que azotaba la costa. Colgó una mochila a sus espaldas después de haber metido en su interior, el móvil y un sándwich de peanut butter, para el descanso a media mañana. Sujetó la tabla en la rejilla de la parte trasera de la bici, y enfiló el camino a South Park, no lejos de la Urbanización Mission Bay de Glades Road donde vivía.

Al llegar a la playa pudo comprobar con alegría que el fuerte Levante de aquella mañana estaba ocasionando olas de gran categoría, fuerza y belleza.

Pasadas unas dos horas de disfrute, y cuando Roberto cabalgaba dentro del tubo de una poderosa ola en dirección a la playa, creyó escuchar un extraño sonido poderoso y ruidoso, parecido al que producen las ballenas cuando lanzan sus enormes chorros de agua al aire…

Y no se equivocó.

Al llegar a la arena y al levantarse para volver al agua, pudo ver a  corta distancia una gran mole vestida de manchas de color blanco y negro tipo orca que se sumergía y aparecía de nuevo con perfecta regularidad y frecuencia, al tiempo que lanzaba poderosos chorros de agua al aire que alcanzaban varios metros de altura. El animal, de la familia marina que fuese, no molestaba realmente a nadie. Y estuvo dando vueltas, en círculo, con perfecta sincronización y regularidad durante un rato.  

El espectáculo estaba servido.

Al cabo de unos quince minutos, de vueltas, chorros al aire y más vueltas, desapareció, marchándose con la misma discreción con la que había venido.

Durante el tiempo que la orca estuvo ofreciendo aquel inusual espectáculo, Roberto permaneció en la arena del rebalaje, contemplándolo con calma, pero sin muchas ganas de volver al agua todavía: Normal.

Al desaparecer tan sorpresivo visitante, decidió alargar unos minutos más el descanso, y sentado junto a su tabla, sacó el sándwich de la mochila y dio buena cuenta de él en unos minutos. 

Recuperadas las fuerzas, y tranquilizado el ánimo decidió volver al disfrutar de ésta su nueva pasión, el surfing.

Lo que no esperaba Roberto ni soñaba y esperaba era, es que las sorpresas de aquel día hubiesen terminado. Nada de eso. Aún le quedaba por ver, lo más trágico y macabro que hubiera podido imaginar truculento de la mañana…

Las olas magníficas se sucedían una tras otra. Y Roberto disfrutaba lo más grande.  De nuevo, consiguió cabalgar una séptima ola, esa que los expertos aseguran que se produce de vez en cuando, con enorme tubo para deslizarse veloz en el mientras la él y espectacular ola cresta de blanca cresta y espuma, que lo iba acercando a la arena de la playa.

Llegó y cayó, envuelto en agua y espuma y se levantó rápidamente para volver pronto al agua y aprovechar el buen momento que ofrecían las olas. Cuando estuvo de pie, le pareció ver algo un poco extraño envuelto todavía en arena y espuma.

Acercándose con cuidado, creyó estar viendo lo que no se atrevía a creer que veía… 

Y esta vez, Roberto tampoco se equivocó.

Allí, anclada en la arena estaba una cabeza humana decapitada de un cuerpo al que había pertenecido con los ojos abiertos, más que asustados como horrorizados y queriéndose salir y abandonar las órbitas en las que todavía se encontraban. La boca desencajada, abierta y con mueca de horror parecía estar mirando a Roberto fijamente.

Recobrado el ánimo y la compostura, Roberto decidió llamar a su amiga Vicky. No quiso todavía hablar con su madre no fuese que del susto pudiera sufrir una lipotimia…

Vicky, aterrorizada, le pidió que no se acercara demasiado ni la tocara, por temor a que le pudiese transmitir alguna rara enfermedad, y que avisara a la policía local lo antes posible.

Roberto pensó que Vicky tenía toda la razón del mundo. Y llamó.

En cuestión de minutos aparecieron dos coches patrulla y una ambulancia. Uno de los agentes se puso de inmediato a hacer numerosas fotografías. Cuando terminó hizo un gesto a los sanitarios para que entraran en acción.

Mientras los sanitarios, protegidas las manos de apropiados guantes de látex recogían y envolvían con sumo cuidado la cabeza en una gran toalla y la depositaban con igual mimo y la introducían en una bolsa de color verde oscuro tamaño mediano, la policía introdujo a Roberto en el interior de uno de los coches junto con su bicicleta, mochila y tabla. Rápidamente se dirigieron al cuartel general, ubicado también en la famosa Glades Road no lejos del Town Center Mall, el más grande y moderno del Sur de la Florida.

Allí, en el despacho del gran Sheriff, y con extrema delicadeza, interrogaron a Roberto que todavía no acababa de salir de su asombro.

Finalizado el interrogatorio, se le ofrecieron llevarlo a casa.

Roberto agradeció la deferencia, pero prefirió marchar en su bici tal cual había salido por la mañana. Con buena cabeza, pensó, que si aparecía en la puerta de su casa un coche patrulla de la policía y su madre veía salir de él, a su hijito del alma, entonces el susto y la lipotimia estaban más que asegurados.

Esa misma tarde en el telediario de las 6, el que escuchaba todo Boca con la cena, se informó a la población de la  macabra aparición, casi a los pies de un joven residente, del que solo daban las iniciales de nombre y apellidos, que pasaba la mañana surfeando en la playa de South Beach Park. Añadieron que la cabeza había sido trasladada al instituto Anatómico Forense de Miami para su estudio. Y que tan pronto se supiese algo definitivo, se comunicaría a la población.

Lo definitivo se supo a la misma mañana siguiente.

La cabeza de Boca pertenecía al cuerpo decapitado que se encontraba en la Morgue de Miami.

Finalmente el informe de la policía de Miami dejaba saber, que ahora, y mientras continuaba la investigación, cuerpo y cabeza descansaban en paz y reunidos al fin.

Málaga.

2023

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JUAN CARLOS MANTILLA DE LOS RÍOS ROJAS

Nació en Antequera (Málaga). Es narrador, poeta, pintor y fotógrafo
autodidacta, ha recibido numerosos reconocimientos en estas áreas en
España y Estados Unidos, donde vivió durante varios años. Ha publicado
artículos periodísticos y es autor de las novelas En busca de la infancia
perdida y La salita y de los poemarios Cantos de amor y Siete día de una
vida sin ti: Cartas de amor para Amaranta.

Este relato estaba destinado a ser parte de Olas para volar, ahora se enlaza con esta publicación.

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