POESÍA PARA LA ESCUELA DESDE UNA “SINSOMBRERO” LEONESA, MANUELA LÓPEZ.

By Mercedes G. Rojo

Avanza el mes de enero mientras preparo un nuevo homenaje para el mes de marzo desde esta provincia leonesa, grande en extensión pero también en talento literario. Ahora que parece que por fin comienzan a salir a la luz tantas escritoras que, pudiendo considerarlas  o no miembros de esas “sin sombrero” -en su mayoría coetáneas de la generación del 27-, se quedaron en nuestro país sometidas al exilio interior al que les abocaron hechos como  vivir en provincias periféricas, escribir en su lengua materna (hoy tan oficiales como el castellano, pero no entonces), haberse formado en unas ideas progresistas, en muchos casos bajo la influencia de la Institución Libre de Enseñanza, la primera que creyó en la formación igualitaria de las mujeres; ahora que comenzamos a descubrir a quienes se vieron “depuradas” de la enseñanza o de otras profesiones que dejaron de ejercer por pertenecer al bando de los perdedores o represaliados, en León hemos encontrado a nuestra particular “sinsombrero” y trabajamos ahora mismo para descubrirla ante el resto del mundo, para mostrar su trabajo y homenajear su recuerdo y el de su obra. Ella no es otra que Manuela López García, a quien le gustaba más darse a conocer, simplemente, como Manolita López, dejando lo otro para los cauces oficiales.

Conste que no era este ni el momento ni el contexto en el que había previsto hablar de ella, pero avanza el mes de enero al tiempo que lo hago yo en la organización del homenaje que bien pronto le rendiremos medio centenar de personas, y está cada vez más próximo el 30 de enero, Día Escolar de la no violencia. Tal circunstancia, junto al bombardeo de noticias que me llegan sobre todo por las redes respecto a las dificultades a las que diariamente se enfrentan las escuelas rurales de mi zona donde, con muchos metros de nieve por delante (un mal que acaece cada invierno en la montaña leonesa) y las duras circunstancias impuestas por el dichoso covid-19 que no termina de dejarnos en paz, hace ya días que han recomenzado las clases después del parón navideño, me hace tenerla continuamente presente y no he podido resistirme a la tentación de hablaros un poquito de ella, de una magnífica poeta que fue “maestra” por encima de todo, poesía incluida.

Y es que Manuela López, Manolita, fue una enamorada de la infancia, a la que dedicó parte de su obra y de la que decía “para mí los niños son media vida. Si no existieran no merecería la pena vivir. Yo no fui profesora, palabra que no me gusta porque se refiere simplemente a quien imparte una determinada materia. Me gusta más maestra, labor que ejercí durante muchos años. Maestra es la que pulsa a los niños, la que los lleva dentro y los forma y moldea. Por esa razón me resulta tan apasionante. Si te asomas al balcón del alma de un niño nunca habrás visto cosa más bonita.” Leo estas palabras y me identifico con ella, ¡no sabéis cuanto!, siempre peleándome porque me definieran como tal y no con otras palabras que parecían tener connotaciones más importantes (¡qué lejos de la realidad! O al menos de mis sentimientos). Yo también sentía la grandeza de la palabra, y leyendo sus declaraciones siento el impulso de seguir descubriendo más de su vida, de su persona, de empaparme de su poesía, de tratar de recuperarla para las nuevas generaciones y de acercarles su poesía: viva, hermosa, alejada de las insulseces con las que en muchas ocasiones bombardeamos a los más pequeños.

Antes me refería a ella como una “Sinsombrero” leonesa y es que ella perdió la oportunidad de ejercer el Magisterio para el que se había preparado y para el que sentía destinada por dos razones fundamentales: haber recibido una educación ligada a la Institución Libre de Enseñanza (comenzaría sus estudios de Magisterio en Madrid, alojada en la Residencia de Señoritas María de Maeztu), y haberse casado con un joven aspirante a médico, con ideas de izquierdas, a quien la falange apresó y asesinó en 1936 dejándola sola y embarazada de cinco meses. Vetada para ejercer,  habrían de pasar más de veinte años hasta que en 1959 se levantara a los maestros depurados la prohibición de opositar. Y en lo poético, después de ese episodio que la marcaría para toda la vida, las palabras se convertirían en su válvula de escape para enfrentarse a su día a día, siguiendo una trayectoria propia en la que ninguna tema quedo al margen, con una visión del mundo que trascendía lo femenino.

Aparte de su amor a la infancia, una razón más para hablar de ella ahora: la dura situación que en estos momentos de pandemia está sufriendo nuestra escuela, enfrentada a circunstancias difíciles de imaginar incluso en las peores pesadillas. Manuela ejerció el Magisterio en pueblos pequeños e incómodos, “pero lo más maravilloso era el afecto de la gente, que siempre tuve” -decía. Igual hoy tantas maestras (permitidme hablar en femenino porque, en la escuela rural –al menos en nuestra provincia-, el mayor porcentaje de docentes son mujeres) que siguen haciéndolo en las también difíciles circunstancias actuales (aunque las causas que las motivan sean diferentes). Escribía poesía para “sus niños”, les leía poesía “porque la vivencia de la poesía produce bienestar, placer”; e igualmente nuestras maestras rurales trabajan hoy con su alumnado el cuento, la rima e incluso la tradición oral. Y por ello, y como homenaje a la una y a las otras, comparto aquí estos poemas de Manolita.

PRIMAVERA

Llegan las golondrinas

¡ay, que ya llegan!;

traen colgada en sus alas

la primavera.

Regresan en bandadas,

blancas y negras

bulliciosas y alegres

revolotean.

Brotan las amapolas

en la pradera;

en el jardín florecen

las azucenas.

El río mece albas,

el árbol sueña…

la luna en el regato,

dulce, navega.

En bandadas los niños

van a la escuela.

¡Son como golondrinas

que andan por tierra!…

El cielo está brillante

de azul y estrellas,

¡la vida es tan hermosa

en la primavera!

LA MAÑANA

Gallos de la aurora vienen

cantando por los caminos.

Picotearon la noche

con su pico, pico, pico,

y sacaron la mañana

Para entregarla a los niños.

LUNA, LUNERA

Luna, lunera

carita de pera;

luna, lunota,

cara de torta.

Llevas en la mano

ajo y perejil

-dame tus sopitas,

dámelas a mí.

El perrito corre

por el jardín.

Le entrega a la niña

un alhelí.

Juegan niña y perro

al corro de la aceituna:

-¡Para mí las dos,

para ti la una!

El perro ladra

a la luna.

             Leo y releo sus poemas llenos de ritmo, de color en las palabras, con un vocabulario sencillo pero rico en su variedad, afrontando temas que abren la mente de los niños a múltiples realidades y vuelven a mi recuerdo poemas Federico Gª Lorca, de Antonio Machado,  de Rubén Darío o de Espronceda, cuyo versos aún resuenan en mi cabeza, pero ninguno de mujeres poetas que tuvimos más cerca de lo que hubiéramos creído nunca.  Leo y releo, la imagino a ella igual que a muchas de mis compañeras, en las aulas o en la poesía,  y no me queda más que sonreír. Como ella creía, la poesía tiene la capacidad de curar el alma y eso hay que enseñarlo ya desde las aulas.

             Y para terminar, una recomendación, si tenéis oportunidad no dejéis de sumergiros en los versos de sus Poemas infantiles o de Caminito de papel. Altamente recomendables.

7 comentarios

  1. ¡HOLA!

    Hoy escribo sobre el Día Internacional de las Lenguas Maternas. Te invito a que visites mi blog «Huérfanos de Saturno» y te suscribas.

    La literatura indígena se diferencia del resto de obras literarias por la cosmovisión distinta que tienen sus escritores. Darles espacio a estos narradores es abrir una grieta en este círculo tan elitista que debe renovarse constantemente para poder sobrevivir

    Lengua es Frontera. Patria es Lenguaje.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario