Caminar a Santiago con la fuerza de un rayo de sol. By Mercedes G. Rojo

Serie: Itinerarios.

Tras la finalización de mi serie dedicada a recordar o resaltar la presencia de la huella femenina en el Camino de Santiago, en este año tan especial para quienes alguna vez han realizado en todo o en parte alguna de sus múltiples rutas, también para quienes si haberlo llegado a realizar físicamente lo han tenido en mente, no quisiera romper de pronto los lazos con el mismo. Es lo que tiene haber nacido y haberse criado a su orilla, en un lugar como Astorga, uno de sus puntos más emblemáticos, ciudad que ya alcanzara fama en el mundo romano por ser uno de los principales conventus iuridicus del norte de la península (Asturica Augusta), y que en relación con el hecho que nos ocupa (las peregrinaciones a Santiago), en la época medieval de mayor auge de las mismas, llegó a  contar con  más de veinte “hospitales” (la ciudad que más tenía en todo el recorrido hispano, solamente detrás de Burgos), lugares en los que se atendía a toda persona que necesitaba ayuda en su tránsito hacia Santiago. En Astorga y en sus contornos confluían rutas que buscaban alcanzar dicho lugar sagrado desde muchos lugares diferentes, llegando de tierras del Norte a través de lo que hoy se conoce como el Camino olvidado, o de tierras sureñas, confluyendo este Camino del Sur con la Vía de la Plata romana,…, aunque el más conocido y transitado de todos ellos –aún hoy- haya sido y sea el Camino Francés. Tal ha sido esa confluencia que, junto a la de otras muchas vías que llegan de otros lugares o parten hacia ellos (también es nudo de varias vías romanas) Astorga ha llegado a recibir el sobrenombre de “cruce de caminos”, con el que a menudo se la conoce en el mundo turístico.

El Jardín de la Sinagoga, con el emblemático Teleno al fondo, es uno de los lugares de la ciudad que primero reciben a la gente peregrina.

 Pero hoy no voy a hablaros de la ciudad, que tiene que mucho que mostrar (sobre ella, como sobre otros lugares, volveré en futuras ocasiones). Hoy, en un año compostelano tan raro debido al “bichito” que aún nos persigue, en el que apenas comenzamos a toparnos con los primeros peregrinos cuando (aún en circunstancias normales, sin ser “compostelano” me refiero, ocurriría) los caminos, nuestras calles y hoteles y albergues deberían bullir de la presencia de peregrinos y peregrinas de cierta edad, provenientes sobre todo de tierras francesas y alemanas, prefiero dejaros la impronta literaria sugerida por una de tantas de esas figuras con las que quienes vivimos en la ciudad no es raro que tropecemos.

El relato, sugerido por mi encuentro fortuito con un peregrino con el que topé una friísima mañana de verano de las que no es raro sufrir en nuestras tierras, fue incluido en la presentación que realicé para un libro que se publicó en Astorga coincidiendo con la celebración del 20 aniversario de la Declaración del Camino de Santiago como Patrimonio de la Humanidad y el 25 aniversario de la creación de la Asociación de amigos del Camino de Santiago de Astorga, hoy una de las más activas y reconocidas de todo el país.  El libro, Crónicas hacia Compostela de José Lorenzo Pollán Celada, describe el viaje de tres jóvenes astorganos desde la frontera francesa hasta Santiago, en julio de 1981, cuando en muchos sitios el Camino se encontraba olvidado y perdido y, desde luego, no se contaba para nada con la red de albergues y otros servicios que hoy lo arropan; un libro que merece la pena ser leído para apreciar lo mucho que a veces cambian las circunstancias de los hechos, aunque la esencia de los mismos se siga manteniendo. Desde la publicación del mismo han pasado otros siete años, pero el espíritu del peregrinaje sigue estando en nuestra tierra y en nuestros corazones tan presente como siempre.

Por ello creo que la historia que voy a compartir a continuación – y que recoge el espíritu que tantas veces mueve a los peregrinos a realizar el Camino- puede ser una buena transición hacia otros temas y propuestas.  Espero que os guste.

EL RAYO DE SOL

Mercedes G. Rojo

            Se levantó con los huesos ateridos del frío de los últimos días. Le pesaba el largo camino iniciado y la soledad insistentemente buscada. Sentía la angustia de no conseguir esa paz que llevaba tanto tiempo persiguiendo. 

                Durante el Camino, de vez en cuando, hablaba con unos y con otros. Aunque  podría decirse que más bien era escuchar lo que hacía. Hasta que comenzó a esperar las horas en las que nadie caminaba, a buscar refugio allá donde nadie lo hacía. Se fue aislando cada día más, cada momento…, buscando siempre la orilla vacía del sendero.

                Y entonces llegó el frío. El frío que cayó como una losa sobre los días de verano que debían calentar sus viejos huesos. Fue un día… y otro… Y así fue durante un largo tramo del camino, una semana en la que el sol no calentaba, en la que el viento soplaba como si fuera invierno, agitando ramas, azotando el rostro, silbando en sus oídos mientras se colaba por los resquicios de su ropa de herido caminante…

En Astorga, hay días de pleno verano que parecen sumergirnos de cabeza en el más crudo invierno.

                Hoy el día ha vuelto a amanecer frío, pero parecen retornar los chillidos del vencejo (hoy hará un buen día – habría dicho su abuelo) y un resquicio de sol, encajonado por la estrecha calle que se abre a la plaza, parece invitar a dejar sentir sobre la piel su cálida caricia. 

                En las primeras horas matinales, con la plaza aún desierta del bullicio que invadirá en breve la mañana, el silencio apenas roto por el bastón de algún madrugador peregrino, arrastra sus huesos cansados hacia un banco, los pies doloridos del camino, el alma aún torturada de pesares,…, y deja caer sobre él su ya anciano cuerpo, vuelto el rostro  al amanecer. 

                Quienes llegan en esos momentos a la plaza encuentran un viejo cuerpo arrumbado sobre el banco, la espalda desmayada sobre el respaldo de madera, las piernas extendidas hacia el cruce de los pies, los brazos lánguidos a lo largo del tronco… Y, por fin, la cabeza. El mentón ligeramente alzado buscando el incipiente calor del sol, los ojos cerrados y el rostro relajado. Nada que demuestre el frío instalado en sus huesos y en su alma, el desaliento, el deseo de abandono…

                Pasan los segundos. Los minutos se prolongan bajo los primeros rayos matutinos. Y, como una lupa orientando su calor hacia un único punto de donde ha de brotar el fuego, el sol penetra por cada poro de su piel con un efecto balsámico. Poco a poco abre de nuevo los ojos que recorren cada rincón de aquella plaza con el asombro de un niño que descubre el mundo. Sus pupilas se llenan de luz, de vida. Su cuerpo se desentumece hasta el punto de subir a su rostro una radiante sonrisa. 

                E invadido por un nuevo y vivificador impulso, se levanta ligero como una pluma, recupera su mochila y su bastón de peregrino, y emprende de nuevo, imparable ya, el Camino hacia Santiago. El Camino hacia su meta… El camino hacia su corazón y su mente.

Feliz y buen Camino, peregrino/a, si algún día te decides a emprenderlo. Deja atrás el ruido de la vida cotidiana y déjate embriagar por los pequeños detalles que el mismo te deparará, sin duda.

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